lunes, 30 de mayo de 2016

YouTube: la industria cultural del siglo XXI (opinión), por Gabriel Zas

YouTube: la industria cultural del siglo XXI




El concepto de industria cultural fue introducido en la década de 1940 por los autores alemanes, y miembros a su vez de la escuela de Frankfurt, Horkheimer y Adorno,  y publicado por primera vez en 1947. Es un capítulo del reconocido libro "La dialéctica del iluminismo", material obligatorio en diversas cátedras de las carreras de Comunicación, Sociales y Política, principalmente. La idea de industria cultural hace alusión a que la misma lógica que se emplea para producir bienes de distintos sectores manufactureros, también se aplica a la elaboración de creaciones artísticas, por lo que para ambos autores esas producciones no cumplen la función de obra de arte. Una obra de arte es original y tiene magia propia, pero la reproducción seriada que introdujo la fotografía con su aparición rompió con ese estrato y fue lo que Walter Benjamín denominó " La pérdida del aura", un concepto que empleó 20 años antes que sus sucesores. En líneas generales, los tres pensadores coincidieron fehacientemente en el núcleo central de la crítica.
El eslogan alrededor del cual gira toda la concepción de la industria cultural es "Yo produzco tal producto porque sé que una masividad nivelada y homogeneizada va a consumar su esencia profundamente". Dicho más entendiblemente, " Yo promuevo esto porque sé que lo voy a vender", es decir que el trastrocamiento que dirime a esta lógica netamente mercantil es el interés económico, el interés que persigue el medio y el que alcanza porque instalan la necesidad y, cuando la masa responde a esos estímulos perversamente instaurados, nace una demanda inacabable de ese espectáculo mediático o producto cultural, que se consume al exacerbarse los criterios de razonamiento del espectador porque su espíritu manipulable es dócil y útil.  Nosotros, cuando encendemos la televisión, nos convertimos en cómplices de la industria cultural porque los grandes monopolios recepcionan nuestros deseos gracias a la implementación de múltiples avances tecnológicos y nos lo sirven en bandeja. Ellos adquieren una ganancia monetaria en conformidad con el televidente, que es un fiel y servicial empleado que presta servicios de entretenimiento absolutamente ad honoren.
El cine, la radio, la música y la televisión son las grandes industrias culturales por excelencia. Pero el siglo XXI ha erigido, ineludiblemente, una quinta y es YouTube. El servidor de vídeos más importante a nivel mundial le permite a los usuarios monetizar sus producciones, que van desde tutoriales hasta reproducciones seriadas de infinidad de categorías. Cuando un vídeo alcanza un mínimo de transcripciones exigidas, equivale a determinada cantidad de dinero y, superado ese techo, se acrecienta un porcentaje proporcional a cada visita que reciba ese vídeo en particular, porque ésa capacidad es inmediata al campo publicitario y lo invita a ser su telonero desde el minuto cero desde que se inicia el video, con la opción de suprimir esa tendencia. Pero en ese paradigma, el administrador de la cuenta es abducido por la consumación proselitista y esclavizado en la prisión del consumo masivo, para finalmente ser afianzado en la exacerbación de la lógica publicitaria: nuestra creación audiovisual es una vidriera en la que exhibimos gratuitamente material de otras firmas  y nos venden una aparente percepción económica que no es más que una ilusión porque, por cada reproducción nuestra, ellos reciben un porcentaje superlativamente más elevado en concepto de imagen y marketing. Creemos que somos victimarios pero la lógica comercial de la industria cultural nos transforma inconmensurablemente en víctimas del Sistema Capitalista.
Tomemos en cuenta 5 millones de visitas por ejemplo, y multipliquemos esa cifra por 10 del mismo administrador, se nos hace tormentosamente imposible calcular exactamente su nivel de ingresos. Y esto sólo en un día, por reproducción individual. Con YouTube pasa exactamente lo mismo que con la televisión: el consumidor es partícipe activo de la industria cultural desde el mismo momento que clickea sobre la flecha direccional que da comienzo a la transición videoteca.  El usuario analiza qué es lo que más demanda la audiencia, realiza un estudio de target y se vuelca a cumplir con esa exacción, siempre con la imaginación como cómplice y aliada de sus propósitos, pues el vídeo debe contener un ingrediente del que las demás representaciones carezcan y esa peculiaridad va o no a garantizar el éxito que busca. Cotiza aquella obra que sabe que la gente va a consumir asiduamente e insta a una necesidad emergente, a través de sugerencias tales como "Si querés tal cosa, dale me gusta y tal día lo subo" o "Si alcanzo los x líkes, tal otra". La gente lo acepta porque es obsecuente y comercialmente sumisa, y de una forma sutilmente encubierta el administrador impuso una necesidad, la cual se retroalimenta sola por medio de los comentarios de otras personas. Por lo tanto los youtubers, como se pasó a denominar a dichos internautas intelectualmente abatidos por una lógica diabólica, son siervos fieles y leales que creen responder a las demandas de su propio criterio moral y deseos internos, pero en realidad satisfacen la necesidad enfermiza de un monopolio interactivo que, como si fuese una secta de vampiros, se alimentan de la sangre de los más ingenuos y recluta esclavos hiperactivos de las formas más nefastas jamás contempladas.
El concepto de artista sigue existiendo y será inderrumbable a lo largo de toda la historia de la humanidad. Es aquél que produce un arte, que lo tiene a él como autor intelectual y material de la obra. Pero la noción de obra de arte se perdió abundantemente desde la aparición de la industria cultural. Una pieza puede ser definida como obra de arte sólo si mantiene intacto su vigor y su originalidad. Pero la industria cultural se encargó taxativamente de destruir por completo eso a partir de la réplica y la copia, y las vanguardias no se molestaron en restituir el término y defender lo que siempre les perteneció.

Me atrevo a afirmar que YouTube superó masivamente a la televisión. Ya no debemos romper los televisores, como sugirieron varios comunicadores, sino debemos deshacernos de los procesadores y los monitores por ser considerados culturalmente obsoletos. Y aun así, la industria cultural mutaría y se materializaría en otras expresiones artísticas para seguir gobernando el terreno capitalista y consumista. 

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