YouTube: la industria cultural del siglo XXI
El concepto de industria cultural fue introducido en la
década
de 1940 por los autores alemanes, y miembros a su vez de la escuela de
Frankfurt, Horkheimer y Adorno, y
publicado por primera vez en 1947. Es un capítulo del reconocido libro "La dialéctica del iluminismo",
material obligatorio en diversas cátedras de las carreras de Comunicación, Sociales y Política, principalmente. La idea
de industria cultural hace alusión a que la misma lógica que se emplea para producir bienes de distintos
sectores manufactureros, también se aplica a la elaboración de creaciones artísticas, por lo que para ambos autores esas
producciones no cumplen la función de obra de arte. Una obra de arte es original y
tiene magia propia, pero la reproducción seriada que introdujo la fotografía con su aparición rompió con ese estrato y fue lo que
Walter Benjamín
denominó
" La pérdida
del aura", un concepto que empleó 20 años antes que sus sucesores. En líneas generales, los tres
pensadores coincidieron fehacientemente en el núcleo central de la crítica.
El eslogan alrededor del cual
gira toda la concepción de la industria cultural es "Yo produzco tal
producto porque sé que
una masividad nivelada y homogeneizada va a consumar su esencia
profundamente". Dicho más entendiblemente, " Yo promuevo esto porque sé que lo voy a vender", es
decir que el trastrocamiento que dirime a esta lógica netamente mercantil es el interés económico, el interés que persigue el medio y el que alcanza porque
instalan la necesidad y, cuando la masa responde a esos estímulos perversamente
instaurados, nace una demanda inacabable de ese espectáculo mediático o producto cultural, que se consume al
exacerbarse los criterios de razonamiento del espectador porque su espíritu manipulable es dócil y útil. Nosotros,
cuando encendemos la televisión, nos convertimos en cómplices de la industria cultural porque los grandes
monopolios recepcionan nuestros deseos gracias a la implementación de múltiples avances tecnológicos y nos lo sirven en bandeja. Ellos adquieren una
ganancia monetaria en conformidad con el televidente, que es un fiel y
servicial empleado que presta servicios de entretenimiento absolutamente ad honoren.
El cine, la radio, la música y la televisión son las grandes industrias
culturales por excelencia. Pero el siglo XXI ha erigido, ineludiblemente, una
quinta y es YouTube. El servidor de vídeos más importante a nivel mundial le permite a los usuarios
monetizar sus producciones, que van desde tutoriales hasta reproducciones
seriadas de infinidad de categorías. Cuando un vídeo alcanza un mínimo de transcripciones exigidas, equivale a
determinada cantidad de dinero y, superado ese techo, se acrecienta un
porcentaje proporcional a cada visita que reciba ese vídeo en particular, porque ésa capacidad es inmediata al campo publicitario y lo
invita a ser su telonero desde el minuto cero desde que se inicia el video, con
la opción de
suprimir esa tendencia. Pero en ese paradigma, el administrador de la cuenta es
abducido por la consumación proselitista y esclavizado en la prisión del consumo masivo, para
finalmente ser afianzado en la exacerbación de la lógica publicitaria: nuestra creación audiovisual es una vidriera
en la que exhibimos gratuitamente material de otras firmas y nos venden una aparente percepción económica que no es más que una ilusión porque, por cada reproducción nuestra, ellos reciben un porcentaje
superlativamente más
elevado en concepto de imagen y marketing. Creemos que somos victimarios pero
la lógica
comercial de la industria cultural nos transforma inconmensurablemente en víctimas del Sistema
Capitalista.
Tomemos en cuenta 5 millones
de visitas por ejemplo, y multipliquemos esa cifra por 10 del mismo
administrador, se nos hace tormentosamente imposible calcular exactamente su
nivel de ingresos. Y esto sólo en un día, por reproducción individual. Con YouTube pasa exactamente lo mismo
que con la televisión:
el consumidor es partícipe activo de la industria cultural desde el mismo
momento que clickea sobre la flecha direccional que da comienzo a la transición videoteca. El usuario analiza qué es lo que más demanda la audiencia, realiza un estudio de target y
se vuelca a cumplir con esa exacción, siempre con la imaginación como cómplice y aliada de sus propósitos, pues el vídeo debe contener un ingrediente del que las demás representaciones carezcan y
esa peculiaridad va o no a garantizar el éxito que busca. Cotiza aquella obra que sabe que la
gente va a consumir asiduamente e insta a una necesidad emergente, a través de sugerencias tales como
"Si querés
tal cosa, dale me gusta y tal día lo subo" o "Si alcanzo los x líkes, tal otra". La gente
lo acepta porque es obsecuente y comercialmente sumisa, y de una forma
sutilmente encubierta el administrador impuso una necesidad, la cual se
retroalimenta sola por medio de los comentarios de otras personas. Por lo tanto
los youtubers, como se pasó a denominar a dichos internautas intelectualmente
abatidos por una lógica
diabólica,
son siervos fieles y leales que creen responder a las demandas de su propio
criterio moral y deseos internos, pero en realidad satisfacen la necesidad
enfermiza de un monopolio interactivo que, como si fuese una secta de vampiros,
se alimentan de la sangre de los más ingenuos y recluta esclavos hiperactivos de las
formas más
nefastas jamás
contempladas.
El concepto de artista sigue
existiendo y será
inderrumbable a lo largo de toda la historia de la humanidad. Es aquél que produce un arte, que lo
tiene a él
como autor intelectual y material de la obra. Pero la noción de obra de arte se perdió abundantemente desde la aparición de la industria cultural.
Una pieza puede ser definida como obra de arte sólo si mantiene intacto su vigor y su originalidad.
Pero la industria cultural se encargó taxativamente de destruir por completo eso a partir
de la réplica
y la copia, y las vanguardias no se molestaron en restituir el término y defender lo que
siempre les perteneció.
Me atrevo a afirmar que
YouTube superó
masivamente a la televisión. Ya no debemos romper los televisores, como
sugirieron varios comunicadores, sino debemos deshacernos de los procesadores y
los monitores por ser considerados culturalmente obsoletos. Y aun así, la industria cultural mutaría y se materializaría en otras expresiones artísticas para seguir gobernando
el terreno capitalista y consumista.
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